Una especie determinada de placer es capaz de restaurar a un enfermo deplorado.
Un caso raro, que refiere Theophilo Bonet en la
segunda parte de su Medicina Septentrional, prueba, que aún una especie determinada de placer es capaz
de restaurar a un enfermo deplorado. Una mozuela Holandesa, de servicio,
mortalmente herida de la pestilencia horrible del año de 1636, y puesta ya en
estado de desesperar enteramente de su vida, fue depositada en un jardín, para
que allí expirase sin el riesgo de comunicar a otros el contagio. Cuando todos
huían, como de la muerte misma, de la infeliz moribunda, un joven que la amaba
tiernamente, tuvo valor para ir a verla, y acariciarla. Reconoció que sus
halagos la daban más aliento, que el que se podía esperar de su rendida
vitalidad; con que se resolvió a continuarlos hasta el extremo de hacerle torpe
compañía por tres noches consecutivas. La enferma fue mejorando sucesivamente,
de modo, que al fin de las tres noches se halló perfectamente sana; y lo más
es, que al amante no resultó daño alguno.
Benito
Jerónimo Feijoo (1676-1764): “Teatro crítico universal / Tomo octavo. Discurso
X Paradojas médicas”