El colmo de la ingratitud, la muerte más miserable.
“ Porque ¿qué clase de justicia es aquella que
permite que cualquier aristócrata, banquero, financiero -u otro de esos que no hacen nada, o nada que
tenga gran valor para el bien público- lleve una vida holgada y suculenta, en
el ocio o en ocupaciones superfluas, al paso que el obrero, el carretero, el
bracero y el labriego han de trabajar tan dura y asiduamente como bestias de
carga -a pesar de que su labor sea tan útil que sin ella ningún estado duraría
ni un año-, soportando una vida tan mísera que parece mejor la de los burros,
cuyo trabajo no es tan incesante y cuya comida no es mucho peor, aunque el
animal la encuentre más grata y no tema el porvenir? Más a los obreros aguijonéalos la necesidad de
un trabajo infructuoso y estéril y los mata la premonición de una vejez
indigente, puesto que el jornal cotidiano es tan escaso que no basta para el
día, imposibilitando que puedan aumentar su fortuna guardando algo cada día
para asegurar su vejez. ¿No es ingrato e inicuo el estado que a los nobles -así
los llaman-, a los banqueros y demás gente holgazana o aduladora, les prodiga
tantos placeres frívolos y sofisticados y tantas riquezas, al paso que mira
impasible a los campesinos, carboneros, peones, carreteros y obreros, sin los
cuales no existiría ningún estado? Tras abusar de su trabajo mientras están en
sus mejores años, el estado -cuando más tarde están abrumados por los años o
por una enfermedad que los priva de todo-, olvidándose de tantos desvelos, de
tantos servicios prestados por ellos, los recompensa, en el colmo de la
ingratitud, con la muerte más miserable”.
Tomás Moro (1478-1535) "Utopía"