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En estas fechas (tan
entrañables) siempre recuerdo a un chico
de doce años que con frecuencia ocultaba
a sus padres la fecha de los exámenes, para que no le obligaran a estudiar.
Descubierta la estratagema, su padre le prohibió ir a ver los partidos de la
Cultural y deportiva leonesa , ya que era su actividad favorita, hasta que no
cambiara de actitud. Repuesto el estudiante del enfado inicial, diseñó una
estrategia que obligara a su padre a anular la sanción. Tenía un hermano de
cuatro años que, muy ilusionado, pedía a los reyes magos todos
los juguetes que la tele anunciaba; al verlo, se le ocurrió la solución. Fue a
ver a su padre y le dijo:
“papá, si no me dejas
ir al fútbol, le digo a mi hermano quienes son los reyes magos”. Ante la
posibilidad de quebrar la ilusión del más pequeño, el progenitor accedió a
dejarle ir a ver los partidos. Para mantener la esperanza de uno debió permitir
el atrevimiento del otro, pero el niño atrevido puede convertirse en un joven
revoltoso, y un joven revoltoso puede llegar a ser un adulto desvergonzado y
mudar en un viejo escandaloso, todo ello a causa de los reyes magos.