Modas....
Un día predicaba en París Jean baptiste Massillon (1663-1742), obispo y gran predicador francés, contra las vanidades de este mundo y decidió hacerlo comenzando con un sagaz alegato contra la moda que, según él, es la síntesis de todas las vanidades. Dominaba en aquella época el furor por los lunares postizos, que estratégicamente colocados en la cara resultaban muy atractivos a los ojos de los franceses. El elocuente sacerdote los reprobaba como medio diabólico de atraer las miradas indiscretas. “¿Por qué, -decía amargamente- no los pintáis también en los hombros, en la garganta y en el pecho para acrecentar vuestra ficticia seducción, para alucinar hasta los limites de lo posible a vuestros incautos admiradores?”
El consejo no fue desaprovechado. Al día siguiente apenas se encontraba ya dama de prestigio que no ostentase en el cuello o en el pecho su lunar. Hasta el punto que ese lunar recibió el nombre de Massillon. Y es que a buen entendedor, pocas palabras bastan.