Días, años y decenios....internacionales.
Puestos a celebrar y prestando atención al día mundial del dolor, recordemos a Julio César que por su ambición se arriesgó más que nadie y despreció como ninguno toda clase de peligros. Era Julio César de complexión flaca y de carnes blancas y delicadas; tenía frecuentes dolores de cabeza y era epiléptico, pero su delicadeza no fue nunca pretexto para la cobardía, porque, tal y como cuenta Plutarco, hizo de la milicia una medicina para su debilidad. Viajó continuamente, ingería comidas poco exquisitas y dormía en cualquier parte para conservar su cuerpo inaccesible a los males. En cierta ocasión, le invitaron a cenar espárragos y para gastarle una broma , en vez de condimentarlos con aceite, se los condimentaron con ungüento, se los comió sin manifestar el menor disgusto. Sus amigos se reían y el les reprendió diciendo: “ Basta no comer lo que no agrada, y el que reprende esta rusticidad es el que se acredita de rústico”. En otra ocasión tuvo que guarecerse de una tempestad en la casa de un pobre, en la que sólo cabía una persona y como iban acompañados de un enfermo se la cedió, diciendo a sus acompañantes que en las cosas de honor se debía ceder a los mejores, y en las que son de necesidad, a los más enfermos, acostándose él mismo con los demás en el cubierto que había delante de la puerta.
Así pues, las hazañas de César le hacen extraordinario por la aspereza de los lugares en que combatió; por la extensión del territorio que conquistó; por el número y valor de los enemigos que venció; por lo extraño y feroz de las costumbres que suavizó; por la blandura y mansedumbreque tuvo con los cautivos; por los donativos y favores hechos a los soldados; por haber peleado en más batallas y haber destruido el mayor número de enemigos; pero, sobretodo, por haberse enfrentado a las contingencias de la vida, ignorando lo que tienen de negativo, usando, no medicinas para el sufrimiento, sino el sufrimiento y el dolor como medicina.
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