Desgracias de la infancia.
Todavía en 1932, el Dr. Gaston Lyon avisaba de los peligros de la masturbación: el niño pierde su alegría natural, se vuelve taciturno, y busca el aislamiento, o por el contrario la compañía de un camarada sospechoso. Le salen ojeras y su tez palidece; si se le interroga se queja de dolores en la espalda y en los riñones y de gran cansancio; una vigilancia constante permite darse cuenta tarde o temprano de la causa a que obedecen las diferentes molestias manifestadas por el niño.
Desde finales del S. XX hasta la fecha, otra absurda campaña se ha desatado contra la infancia. Se busca al 5%-10% de niños que, supuestamente padecen el síndrome de hiperactividad y déficit de atención. El remedio ya no son cereales en el desayuno, sino metilfenidato, una sustancia que se encuentra sujeta a la ley de estupefacientes como anfetamina, y que según Fukuyama no es otra cosa que un medio para el control social, ya que alivia “la carga de los padres y los profesores y exime a los diagnosticados de la responsabilidad de su propio estado”.
Por si sirve de algún consuelo en este maremágnum psicopatologizador de la infancia, cito a Plutarco: “de los potros más inquietos se hacen los mejores caballos cuando se acierta a darles la enseñanza y manejo que les son acomodados”.
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