el cazurro ilustrado

20 septiembre 2008

Día del Alzheimer.

Ya los clásicos se dieron cuenta que desde el mismo momento en que nacemos, comenzamos a morir. Hubo quien defendió que, ante la muerte de una persona, más que preguntar “¿cuántos años vivió?” mejor era interrogar sobre “¿cuántos años tardó en morirse?”. En este continuo “ir viviendo, ir muriendo” cada vez más duradero, no es de extrañar que aparezcan deterioros significativos en los organismos. La enfermedad de Alzheimer es uno de los más frecuentes: el ánimo se altera; las conductas de hacen imprevisibles; los recuerdos se diluyen; el tiempo y el espacio se tornan caóticos, la fluidez lingüística se espesa; los músculos se deterioran; la movilidad se reduce y lo que era una vida independiente y autónoma se convierte en su contraria. Pueden los diversos tratamientos retrasar el deterioro, pero al final del proceso acaba por fallecer la persona, aunque siga viviendo (quizás vegetando) el individuo.
Mañana se celebra el día mundial de esta catastrófica enfermedad, bajo el lema “Un reto compartido” ya que no afecta solo a las personas que la padecen sino que atañe a todos los que viven con el enfermo. Contribuir a mejorar la calidad de vida de la persona que padece esta cruda enfermedad es el objetivo. Para lograrlo se necesitan más medios, más recursos, más investigación y, por supuesto, más compresión y consuelo: morir con Alzheimer supone, en la mayoría de los casos, haber llegado a la senectud y no deja de ser un privilegio que la vida llegue a edades avanzadas, después de haber escapado de la muerte en muchas ocasiones, con la que otros muchos tropezaron, sin poder llegar a viejos. No está de más reconocer la fortuna de durar largo tiempo, hasta que, como decía Lucrecio, “el esfuerzo poderoso de los años ha encorvado los cuerpos y gastado los resortes de una máquina agotada, el juicio vacila, el espíritu se obscurece y la lengua tartamudea.”

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