La fuerza de la paciencia.
Puestos a dicotomizar, hagámoslo al estilo clásico: cojamos un caballo flaco y viejo y
otro fuerte y lozano, con una cola muy hermosa y muy poblada de cerdas. Pongamos en la trasera del caballo flaco a un hombre robusto y de mucha fuerza, y en la trasera del lozano a un hombre pequeño y de figura despreciable. Mandemos al hombre robusto que tire con sus manos de la cola del caballo como para arrancarla, y al hombre pequeño que , una a una, vaya arrancando las cerdas del caballo brioso. Al cabo de un tiempo veremos como el hombre fuerte se ha afanado en vano y tendrá que darse por vencido, mientras que el hombre pequeño mostrará limpia la cola de cerdas en breve tiempo y sin trabajo. Así comprobaremos cómo la paciencia puede más que la fuerza; cómo cosas que no pueden acabarse juntas ceden y se acaban poco a poco y una a una; nada resiste al tesón con el que el tiempo, en su curso, destruye y consume todo poder, siendo un excelente auxiliador de los que saben aprovechar la ocasión que les presenta e irreconciliable enemigo de los que se precipitan fuera de sazón. Así lo hizo Sertorio, según cuenta Plutarco.
otro fuerte y lozano, con una cola muy hermosa y muy poblada de cerdas. Pongamos en la trasera del caballo flaco a un hombre robusto y de mucha fuerza, y en la trasera del lozano a un hombre pequeño y de figura despreciable. Mandemos al hombre robusto que tire con sus manos de la cola del caballo como para arrancarla, y al hombre pequeño que , una a una, vaya arrancando las cerdas del caballo brioso. Al cabo de un tiempo veremos como el hombre fuerte se ha afanado en vano y tendrá que darse por vencido, mientras que el hombre pequeño mostrará limpia la cola de cerdas en breve tiempo y sin trabajo. Así comprobaremos cómo la paciencia puede más que la fuerza; cómo cosas que no pueden acabarse juntas ceden y se acaban poco a poco y una a una; nada resiste al tesón con el que el tiempo, en su curso, destruye y consume todo poder, siendo un excelente auxiliador de los que saben aprovechar la ocasión que les presenta e irreconciliable enemigo de los que se precipitan fuera de sazón. Así lo hizo Sertorio, según cuenta Plutarco.