Procesos de enseñanza-aprendizaje en la vaca lechera.
Mi amigo José Ignacio, de Ranedo de Curueño, ordeña todos los días, a mañana y a tarde, más de cincuenta vacas americanas sin cuernos, pero con las ubres rebosantes de leche de alta calidad. Además de ser un gran ganadero, es un eficiente etólogo experto en comportamiento animal. Para comprobarlo, visité sus instalaciones mientras realizaba la rutinaria tarea del ordeño. Allí estaban, en la sala de espera, un motón de vacas, pacientes y ordenadas, aguardando su turno. En la sala de ordeño, dos filas con tres animales cada una daban su leche a las mamonas de las ordeñadoras, después del lavado de los pezones. Al terminar y para evitar mastitis u otras infecciones, puesto que el esfínter mamario aún permanece abierto durante un tiempo, les empapa los pezones con una solución yodada. Entonces se abre la puerta del cubículo, la vaca abandona el espacio y de la sala de espera entra otra a ocupar su lugar. Han aprendido una larga cadena de comportamientos porque el ganadero se los ha enseñado eficazmente manejando el control estimular, las variables biológicas, la asociación de estímulos y el condicionamiento operante.
Para una vaca con las ubres llenas de leche, el ordeño supone librarse de una estimulación aversiva que genera su propio organismo . Cuando está en la sala de espera el ruido que hace la puerta al abrirse le indica que está disponible la ordeñadora. Al entrar a la sala, se coloca para que José Ignacio le coloque las mamonas en las tetas, por si acaso ocurriera algún recelo, sobre todo si la vaca es primeriza, le coloca un cubo de sabroso pienso mientras de la leche. Vaciada ya la ubre y libre del malestar, el chirrido de otra puerta le indica a la vaca que puede abandonar la sala de ordeño. Y así, con precisión milimétrica, las cincuenta vacas lecheras ensayan dos veces al día el mismo comportamiento, que cada vez ejecutan con más exactitud.
Para una vaca con las ubres llenas de leche, el ordeño supone librarse de una estimulación aversiva que genera su propio organismo . Cuando está en la sala de espera el ruido que hace la puerta al abrirse le indica que está disponible la ordeñadora. Al entrar a la sala, se coloca para que José Ignacio le coloque las mamonas en las tetas, por si acaso ocurriera algún recelo, sobre todo si la vaca es primeriza, le coloca un cubo de sabroso pienso mientras de la leche. Vaciada ya la ubre y libre del malestar, el chirrido de otra puerta le indica a la vaca que puede abandonar la sala de ordeño. Y así, con precisión milimétrica, las cincuenta vacas lecheras ensayan dos veces al día el mismo comportamiento, que cada vez ejecutan con más exactitud.