A grandes males, mucha miel.
Pero como si de descubrir cada día las sopas de ajo se tratara, se nos olvida que Demócrito de Abdera decidió, ya viejo, dejar este mundo y prescindió del alimento cotidiano, pero como se acercaban las fiestas, las mujeres de su casa le suplicaron que no muriera hasta que acabaran, para poder así celebrarlas. Accedió y mandó que le sirviesen un cuenco lleno de miel. Demócrito sobrevivió los días necesarios consumiendo únicamente su ración de miel; pasados esos días dejó de comer miel y murió. A Demócrito siempre le había gustado la miel; a uno que le preguntó cómo se podría llevar una vida saludable, le respondió que "Regando el interior con miel y el exterior con aceite” .
Lucio fue un romano desinteresado, activo y con gran pasión hacia una liberta, cuya saliva bebía mezclada con miel, como remedio contra una enfermedad de la garganta.
Hipócrates consideraba a la miel como una magistral medicación fortificante que prolongaba la vida.
Los babilonios Enterraban los cadáveres cubiertos de miel para que no se corrompieran.
Lo que demuestra ahora científicamente la doctora Jennifer, ya había sido comprobado y puesto en evidencia hace miles de años.