Cambiante fortuna.
Polícrates fue un tirano de Samos, sin escrúpulos, que gozó de gran fortuna de tal manera que no emprendía expedición alguna en que no le acompañase la misma felicidad, a decir de sus contemporáneos.
Su Aliado, Amosis de Egipto, viendo la prosperidad de Polícrates le advirtió de los posibles reveses de la fortuna ya que muchos que habían sido felices se estrellaron estrepitosamente con toda su dicha y le dio un remedio contra los falsos halagos de la fortuna: “deshazte de aquello que tengas que más aprecies y que su pérdida te cause mayor dolor”.
Mandó tirar al mar su más querido anillo de oro, quedando muy triste por la pérdida, pero esperanzado de haber burlado a los malos hados. Al poco tiempo un pescador le regaló un pescado y en su interior encontró el preciado anillo. Le pareció aquello más una cuestión divina que casual y se lo hizo saber a Amosis; éste , al ver que era tan afortunado que no perdía ni lo que abandonaba, comprendió que llegarían tiempos en los que su dicha acabaría trágicamente y anuló cuantos tratados tenía firmados con él y renunció a su amistad, para que cuando la fortuna diera el golpe fatal y definitivo, no le pillara cerca.
Pasaron los años y siguió Polícrates con su buena suerte, hasta que cegado de ambición puso los pies en territorio de Oretes, que le dio un muerte tan cruel y horrorosa que los historiadores no se atreven a contarla. Así pues, las contingencias de la vida se reparten azarosa y ciegamente, pero, a veces, convierten a su vez en ciegos a aquellos a quienes benefician.
Su Aliado, Amosis de Egipto, viendo la prosperidad de Polícrates le advirtió de los posibles reveses de la fortuna ya que muchos que habían sido felices se estrellaron estrepitosamente con toda su dicha y le dio un remedio contra los falsos halagos de la fortuna: “deshazte de aquello que tengas que más aprecies y que su pérdida te cause mayor dolor”.
Mandó tirar al mar su más querido anillo de oro, quedando muy triste por la pérdida, pero esperanzado de haber burlado a los malos hados. Al poco tiempo un pescador le regaló un pescado y en su interior encontró el preciado anillo. Le pareció aquello más una cuestión divina que casual y se lo hizo saber a Amosis; éste , al ver que era tan afortunado que no perdía ni lo que abandonaba, comprendió que llegarían tiempos en los que su dicha acabaría trágicamente y anuló cuantos tratados tenía firmados con él y renunció a su amistad, para que cuando la fortuna diera el golpe fatal y definitivo, no le pillara cerca.
Pasaron los años y siguió Polícrates con su buena suerte, hasta que cegado de ambición puso los pies en territorio de Oretes, que le dio un muerte tan cruel y horrorosa que los historiadores no se atreven a contarla. Así pues, las contingencias de la vida se reparten azarosa y ciegamente, pero, a veces, convierten a su vez en ciegos a aquellos a quienes benefician.