Abiertos en canal
Mag Castañón
Primero fue el desprecio y el abandono más absoluto, salvo para cobrar tributos. Nuestros antepasados tuvieron que vivir, dejados de la mano de dios y de la de los políticos, en unas condiciones de extrema dureza, pero fueron domesticando el entorno tremendamente hostil, hasta lograr un modo de vida digno y austero.
Cuando la periferia más desarrollada necesitó de nuestros recursos para enriquecerse, aparecieron las minas, los trenes, las carreteras, no para traer, sino para llevar. Cuando dejaron de ser rentables se cerraron dejando a pueblos enteros abandonados a su suerte y a unas promesas que aún hoy no se han cumplido. Este fue el primer golpe del hacha neocapitalista
Ya europeos de pleno derecho nos enfrentamos al segundo hachazo. Si la mejora de las comunicaciones había servido para lo contrario que se tenía previsto, puesto que en lugar de “ fijar población” contribuyó a la fuga masiva de capital humano; las nuevas mejoras para la cabaña ganadera que s e anunciaban desde Europa, comenzaron a tener los efectos ¿contrarios? a los deseados. Ninguna explotación era capaz de competir con las elegantes homónimas holandesas. La producción lechera no se incrementó al estilo europeo con la relajante música de Mozart. Las vacas pardo-alpinas no llegaron ni a la cuarta parte de los litros por cabeza y día que lograban las estúpidas y caprichosas vacas holandesas. Entonces, un tal “Francisler” decidió que lo mejor era cerrar las explotaciones con el apoyo del Ministerio de agricultura y de la Consejería de la Junta de Castilla y León, pero el cierre no debía ser inmediato, tendría que llevar aparejado, para seguir la tradición ancestral, una lenta agonía aderezada de subvenciones, controles, revisiones, sanciones y papeleos que martirizaron a los que intentaban sobrevivir en lo único que sabían hacer y que tenían muy bien aprendido.
“Que por muy mal que estén las cosas, siempre pueden ir peor” es un reflejo de la realidad que se comprueba todos los días en estas montañas. Costumbres ancestrales que permitieron una vida más o menos digna , no solo están mal vistas, sino que se persiguen por ley, para mayor gloria de las instituciones políticas que así presumen de “velar por el entorno” al que, según parece, no pertenecen , ni los habitantes ni sus prácticas milenarias.
Si la Guardia Civil se ocupó en tiempos pasados por mantener el orden político social y las buenas costumbres; hoy día , con la ayuda de un cuerpo especial llamado “seprona” y por los guardas de ríos y montes, se dedican con gran esmero al control y castigo de los comportamientos necesarios para la conservación de un estilo de vida que hasta ahora ha demostrado cierta eficacia para sobrevivir: Si nos ven hacer la matanza al modo tradicional, sin aturdir previamente al cerdo, nos aplican el reglamento y la consiguiente sanción y, sin embargo, cuando conseguimos recibir la señal en el monitor de televisión contemplamos como, presididas por el mismísimo rey de España, en las corridas nacionales, martirizan hasta la muerte a un toro , sin más finalidad que la de entretener al personal. Tampoco podemos instigar el comportamiento de un animal con una “ijada” o un palo ya incurriríamos en un atentado contra los derechos fundamentales de los animales.
Además, nos tienen prohibido coger musgo, flores silvestres y plantas medicinales, como el té de peña, el orégano o la genciana porque son especies protegidas.
Si necesitamos talar un árbol, de nuestra propiedad , debemos tramitar el correspondiente permiso, y cuando éste llega ya hemos tenido que buscar otras alternativas al tronco deseado.
Si un lobo ataca a los diezmados rebaños o un jabalí ara, literalmente, un patatal o cualquier otra finca, no podemos defenderse de estos ataques, ya vendrán los señoritos de la ciudad con el permiso correspondiente a hacerlo.
El derecho a la educación pasa por la obligación de desplazar a los niños y niñas ( los pocos que quedan) a distancias de hasta treinta kilómetros, por carreteras que , en invierno, suponen un grave riesgo de accidente y recibir en estos cras (colegios rurales agrupados ) una formación que te enseña a renegar de los valores que los niños han visto hasta el momento de la escolarización obligatoria.
Si poseemos más de diez ejemplares de cualquier animal, debemos tener la oportuna licencia municipal ( como industria). Si tenemos veinte gallinas debemos disculparnos diciendo que la mitad son de la mujer y la otra mitad del marido porque sino sería una gran industria sin licencia de apertura.
Tener unas colmenas de abejas para utilizar la miel como alternativa al azúcar es muy complicado aún cuando tengamos todas las licencias, siempre puede haber un veraneante que denuncie porque una abeja le ha picado y el Seprona se encargará de buscar, no a la abeja responsable, sino al apicultor más cercano.
Está prohibida la venta de cualquier producto excedente ( si por casualidad un año es abundante la cosecha) porque no tenemos el inoportuno registro sanitario y/o mercantil.
Dejamos nuestros prados para que los domingueros pisoteen la hierba que no podrá comer la vacada en otoño, pero debemos colaborar en la promoción turística, soportando estos pequeños perjuicios para favorecer las estadísticas de la consejería de turismo.
Todo este exceso de celo en cumplir normativas regionales, nacionales y/o comunitarias para lograr la conservación de medio natural, para lograr un desarrollo sostenible, para el fomento del turismo como la tabla de salvación de nuestra economía...... resulta que ahora importa un carajo y el hacha se levanta, ahora definitivamente, para abrirnos en canal. Nuestros políticos han decidido que debemos ser solidarios y, sin contar con nuestro parecer, intentan rajar, con una línea de alta tensión, la parte de la montaña peor maltratada y por eso más despoblada, de la provincia. Pero si creen los políticos y los neocapitalistas que, por ser pocos ya nos han ganado, se equivocan, porque encontrarán frente a ellos a los habitantes de la montaña, descritos a lo largo de la historia como broncos, ágiles, robustos y alentados, acostumbrados a los ejercicios de la caza diestrísimos ballesteros en general. Nuestro valor heroico preservó nuestra independencia. Zafios, rudos, primitivos, feroces, fornidos, atrevidos, fuertes, expertos, soberbios, audaces, bárbaros, terribles, indómitos, hidalgos, cabreros, leñadores y tenaces. Supimos sacar partido de todas las posibilidades de existencia, aun siendo muy precarias, que nos ofrecía la naturaleza. Belicosos, cabileños, salvajes, sesudos, con voluntad de robles, infelices, endiablados, parecidos a lobos, devotos, vigorosos, expresivos, oscuros, desgreñados, arriesgados, honrados. Durante gran parte del año, damos diente con diente y muchas patadas en el suelo para calentar los pies. Simples, tan nobles como guerreros; entre todos los pueblos, los que tenemos más apego a nuestro país. Armados de hachas, descenderemos de las montañas, como torrentes desencadenados, para evitar este saqueo sin fin. Parecerá que hemos robado nuestro vuelo a las águilas, según nos moveremos por los agrios riscos. Pobres, humildes y libres; ambiciosos, hambrientos y abandonados. Suspicaces; sañudos e irados; valerosos y aguerridos. Seremos leones en esta guerra, con cautela de zorras y furia de aldeanos.
Primero fue el desprecio y el abandono más absoluto, salvo para cobrar tributos. Nuestros antepasados tuvieron que vivir, dejados de la mano de dios y de la de los políticos, en unas condiciones de extrema dureza, pero fueron domesticando el entorno tremendamente hostil, hasta lograr un modo de vida digno y austero.
Cuando la periferia más desarrollada necesitó de nuestros recursos para enriquecerse, aparecieron las minas, los trenes, las carreteras, no para traer, sino para llevar. Cuando dejaron de ser rentables se cerraron dejando a pueblos enteros abandonados a su suerte y a unas promesas que aún hoy no se han cumplido. Este fue el primer golpe del hacha neocapitalista
Ya europeos de pleno derecho nos enfrentamos al segundo hachazo. Si la mejora de las comunicaciones había servido para lo contrario que se tenía previsto, puesto que en lugar de “ fijar población” contribuyó a la fuga masiva de capital humano; las nuevas mejoras para la cabaña ganadera que s e anunciaban desde Europa, comenzaron a tener los efectos ¿contrarios? a los deseados. Ninguna explotación era capaz de competir con las elegantes homónimas holandesas. La producción lechera no se incrementó al estilo europeo con la relajante música de Mozart. Las vacas pardo-alpinas no llegaron ni a la cuarta parte de los litros por cabeza y día que lograban las estúpidas y caprichosas vacas holandesas. Entonces, un tal “Francisler” decidió que lo mejor era cerrar las explotaciones con el apoyo del Ministerio de agricultura y de la Consejería de la Junta de Castilla y León, pero el cierre no debía ser inmediato, tendría que llevar aparejado, para seguir la tradición ancestral, una lenta agonía aderezada de subvenciones, controles, revisiones, sanciones y papeleos que martirizaron a los que intentaban sobrevivir en lo único que sabían hacer y que tenían muy bien aprendido.
“Que por muy mal que estén las cosas, siempre pueden ir peor” es un reflejo de la realidad que se comprueba todos los días en estas montañas. Costumbres ancestrales que permitieron una vida más o menos digna , no solo están mal vistas, sino que se persiguen por ley, para mayor gloria de las instituciones políticas que así presumen de “velar por el entorno” al que, según parece, no pertenecen , ni los habitantes ni sus prácticas milenarias.
Si la Guardia Civil se ocupó en tiempos pasados por mantener el orden político social y las buenas costumbres; hoy día , con la ayuda de un cuerpo especial llamado “seprona” y por los guardas de ríos y montes, se dedican con gran esmero al control y castigo de los comportamientos necesarios para la conservación de un estilo de vida que hasta ahora ha demostrado cierta eficacia para sobrevivir: Si nos ven hacer la matanza al modo tradicional, sin aturdir previamente al cerdo, nos aplican el reglamento y la consiguiente sanción y, sin embargo, cuando conseguimos recibir la señal en el monitor de televisión contemplamos como, presididas por el mismísimo rey de España, en las corridas nacionales, martirizan hasta la muerte a un toro , sin más finalidad que la de entretener al personal. Tampoco podemos instigar el comportamiento de un animal con una “ijada” o un palo ya incurriríamos en un atentado contra los derechos fundamentales de los animales.
Además, nos tienen prohibido coger musgo, flores silvestres y plantas medicinales, como el té de peña, el orégano o la genciana porque son especies protegidas.
Si necesitamos talar un árbol, de nuestra propiedad , debemos tramitar el correspondiente permiso, y cuando éste llega ya hemos tenido que buscar otras alternativas al tronco deseado.
Si un lobo ataca a los diezmados rebaños o un jabalí ara, literalmente, un patatal o cualquier otra finca, no podemos defenderse de estos ataques, ya vendrán los señoritos de la ciudad con el permiso correspondiente a hacerlo.
El derecho a la educación pasa por la obligación de desplazar a los niños y niñas ( los pocos que quedan) a distancias de hasta treinta kilómetros, por carreteras que , en invierno, suponen un grave riesgo de accidente y recibir en estos cras (colegios rurales agrupados ) una formación que te enseña a renegar de los valores que los niños han visto hasta el momento de la escolarización obligatoria.
Si poseemos más de diez ejemplares de cualquier animal, debemos tener la oportuna licencia municipal ( como industria). Si tenemos veinte gallinas debemos disculparnos diciendo que la mitad son de la mujer y la otra mitad del marido porque sino sería una gran industria sin licencia de apertura.
Tener unas colmenas de abejas para utilizar la miel como alternativa al azúcar es muy complicado aún cuando tengamos todas las licencias, siempre puede haber un veraneante que denuncie porque una abeja le ha picado y el Seprona se encargará de buscar, no a la abeja responsable, sino al apicultor más cercano.
Está prohibida la venta de cualquier producto excedente ( si por casualidad un año es abundante la cosecha) porque no tenemos el inoportuno registro sanitario y/o mercantil.
Dejamos nuestros prados para que los domingueros pisoteen la hierba que no podrá comer la vacada en otoño, pero debemos colaborar en la promoción turística, soportando estos pequeños perjuicios para favorecer las estadísticas de la consejería de turismo.
Todo este exceso de celo en cumplir normativas regionales, nacionales y/o comunitarias para lograr la conservación de medio natural, para lograr un desarrollo sostenible, para el fomento del turismo como la tabla de salvación de nuestra economía...... resulta que ahora importa un carajo y el hacha se levanta, ahora definitivamente, para abrirnos en canal. Nuestros políticos han decidido que debemos ser solidarios y, sin contar con nuestro parecer, intentan rajar, con una línea de alta tensión, la parte de la montaña peor maltratada y por eso más despoblada, de la provincia. Pero si creen los políticos y los neocapitalistas que, por ser pocos ya nos han ganado, se equivocan, porque encontrarán frente a ellos a los habitantes de la montaña, descritos a lo largo de la historia como broncos, ágiles, robustos y alentados, acostumbrados a los ejercicios de la caza diestrísimos ballesteros en general. Nuestro valor heroico preservó nuestra independencia. Zafios, rudos, primitivos, feroces, fornidos, atrevidos, fuertes, expertos, soberbios, audaces, bárbaros, terribles, indómitos, hidalgos, cabreros, leñadores y tenaces. Supimos sacar partido de todas las posibilidades de existencia, aun siendo muy precarias, que nos ofrecía la naturaleza. Belicosos, cabileños, salvajes, sesudos, con voluntad de robles, infelices, endiablados, parecidos a lobos, devotos, vigorosos, expresivos, oscuros, desgreñados, arriesgados, honrados. Durante gran parte del año, damos diente con diente y muchas patadas en el suelo para calentar los pies. Simples, tan nobles como guerreros; entre todos los pueblos, los que tenemos más apego a nuestro país. Armados de hachas, descenderemos de las montañas, como torrentes desencadenados, para evitar este saqueo sin fin. Parecerá que hemos robado nuestro vuelo a las águilas, según nos moveremos por los agrios riscos. Pobres, humildes y libres; ambiciosos, hambrientos y abandonados. Suspicaces; sañudos e irados; valerosos y aguerridos. Seremos leones en esta guerra, con cautela de zorras y furia de aldeanos.