Juegos y videojuegos
De niños jugábamos a policías y ladrones ( curiosamente, sin haberlos visto nunca) o a ovejas y pastores; también madrugábamos para ver los combates de jose Legra contra Famechon y nos parecía divertido que Urtain fuera capaz de matar un burro de un puñetazo. Vimos y colaboramos en las “crueles” matanzas del cerdo, allá por “todos los santos”. Aguijoneábamos a las vacas cuando éstas se negaban a tirar acompasadamente del carro. En alguna ocasión, robábamos las mejores manzanas del huerto de Jovino o atábamos latas en el rabo de los caballos de Valdeteja para que corrieran desbocados hasta sus cuadras. A veces, cuando había graves conflictos de intereses, nos zurrábamos hasta hacernos sangrar. El mayor aliciente de la fiesta del pueblo era pegarnos con los muchachos del pueblo de al lado, afición que compartían con nosotros. Los reyes magos de oriente nos traían sistemáticamente baratas pistolas de mixtos. En un contexto donde cualquier referencia a la sexualidad era tabú, aprendimos a valorar los atributos físicos del sexo opuesto y otros menos físicos que nos permitieron formar pareja, según el patrón ético y estético que cada cual había adquirido. Quizás de aquella infancia rural, ajena a los adelantos pedagógicos (no se si ya pacifistas y no machistas) en que se educaban los niños y las niñas de la capital, nos vengan ahora esas ideas más tolerantes con los juegos a que juegan ahora los niños y las niñas. Porque a pesar de aquellos modos, modelos y modelados, no somos ni más ni menos machistas y/o agresivos que los que supuestamente recibieron una educación en “valores” distintos a los nuestros; pero comprendemos que para poder comer un filete hay que matar a un cerdo, que para obtener miel debe ahumarse a las abejas, que para que una vaca no te de un rabotazo cuando le estás poniendo la ordeñadora hay que atárselo a la pata. Entendemos, como no, que la mejor forma de sujetar a un toro es poniéndole el “narigón” en el morro. Supimos y dominamos otras técnicas “violentas y agresivas”. Nos enseñaron a usarlas para sacar el mayor provecho de los animales, pero nunca a utilizarlas gratuitamente, porque el que lo hiciera echaría a perder su negocio. Comprendimos que el sexo (opuesto) tiene unos encantos físicos muy a tener en cuenta, es decir, nos gustaban los chicos/as guapos/as y bien dotados/as. Es verdad que la única iconografía a la que teníamos acceso era los grabados de la enciclopedia, así pues, estábamos inmersos, no en una realidad virtual, sino en una realidad “real” que era tan cruel como la vida misma.
Aquellos juegos y aquellas prácticas, no exentas de agresividad, violencia, sexismo y machismo no nos hicieron agresivos, violentos, sexistas y machistas. Por supuesto que hubo (y hay) sujetos con esas características, pero nadie en su sano juicio se atrevería a establecer una relación causa-efecto entre una cosa y otra. Ocurre, como se decía en el mayo del 68, que cuando el dedo apunta a la luna, el idiota mira al dedo. Si queremos establecer las causas de esos reprobables comportamientos, analicemos las prácticas educativas en el hogar, en la escuela, en el púlpito, en los medios de comunicación y si queremos cambiarlas, analicemos las contingencias que los mantienen.
Los videojuegos, sus contenidos y sus personajes se utilizan como coartada estúpida para explicar y justificar comportamientos que tienen sus origenes en otro sitio.
¿incita el juego “Comandos II” a que nuestros jóvenes se apunten al ejercito profesional?
Conteste el lector ahora o calle para siempre
Aquellos juegos y aquellas prácticas, no exentas de agresividad, violencia, sexismo y machismo no nos hicieron agresivos, violentos, sexistas y machistas. Por supuesto que hubo (y hay) sujetos con esas características, pero nadie en su sano juicio se atrevería a establecer una relación causa-efecto entre una cosa y otra. Ocurre, como se decía en el mayo del 68, que cuando el dedo apunta a la luna, el idiota mira al dedo. Si queremos establecer las causas de esos reprobables comportamientos, analicemos las prácticas educativas en el hogar, en la escuela, en el púlpito, en los medios de comunicación y si queremos cambiarlas, analicemos las contingencias que los mantienen.
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