el cazurro ilustrado

18 diciembre 2018

Es necesario librarnos a toda costa de ese enemigo.


”Pongo por testigos a las dos diosas que no es en modo alguno la ambición lo que mueve a hablar aquí, mujeres. Muéveme solamente la indignación que me sofoca al veros vilipendiadas por Eurípides, ese hijo de verdulera. ¿Qué ultrajes hay que no nos prodigue? ¿Qué ocasión de calumniarnos desprecia, en cuanto tiene muchos o pocos oyentes, actores y coros? Nos llama adúlteras, des­vergonzadas, borrachas, traidoras, charlatanas, inútiles; peste de los hombres; con lo cual cuando nuestros maridos vuel­ven del teatro nos miran de reojo y registran la casa para ver si tenemos escondido algún amante. Ya no nos permi­ten hacer lo que hacíamos antes a causa de las sospechas que ese hombre ha inspirado a los esposos. ¿Se le ocurre a una de nosotras hacer una corona? Ya la creen enamora­da. ¿Deja otra caer una vasija al correr en sus domésticas faenas? El marido pregunta en seguida: «¿En honor de quién se ha quebrado esa olla? Sin duda del extranjero de Corin­to.» ¿Está enferma alguna joven? Su hermano dice al pun­to: «No me gusta el color de esa muchacha.» Si una mu­jer que no tiene hijos quiere simular un parto, ya no puede hacerlo, porque los hombres nos vigilan de cerca. Para con los viejos que antes contraían matrimonio con jóvenes, tam­bién nos ha desacreditado, y ninguno se casa a causa de aquel verso:

La mujer es un tirano para el marido anciano.

El es asimismo la causa de que nos encierren con cerro­jos y sellos y tengan para guardarnos esos perrazos molosos, terror de los amantes. Ya no podemos, como antes, sacar nosotras mismas de la despensa harina, aceite y vino, pues nuestros maridos llevan siempre consigo no sé qué conde­nadas llavecitas lacedemonias secretas y de tres dientes. Sin embargo aún hubiéramos podido abrir las puertas más se­lladas, mandándonos hacer por tres óbolos un anillo con la misma marca; pero ese maldito Eurípides, perdición de las familias, ha enseñado a los hombres a llevar colgados del cuello complicadísimos sellos de madera. Creo, por con­siguiente, que es necesario librarnos a toda costa de ese enemigo, dándole muerte con veneno u otro medio cual­quiera. Eso es lo que digo en alta voz; lo demás lo haré constar en el registro del secretario.”
Aristófanes: “Las Tesmoforias”