¡Nada, hombre, nada!
El río Curueño parte en dos a Valdepiélago, y tal rotura se ha arreglado con un precioso puente de piedra que formó parte, primero de la calzada romana y después del camino real, por las que se comunicaban todos los habitantes de esta montaña.
El caso es que un día uno de los vecinos de esta montaña, del que todo el mundo decía que había perdido el juicio, se dirigió al puente, se asomó por los pretiles y comenzó a gritar:
-¡ Nada, nada, hombre! ¡Nada, nada, nada, nada hombre!.
La gente que rondaba por allí, al oír las voces, fue rápidamente a ver lo que ocurría, pensando que alguien se había caído al río; pero por mucho y bien que miraron no vieron nada.
Entonces preguntaron al hombre que seguía dando voces que qué era lo que pasaba.
A lo que respondió: -Nada, hombre, nada.
Y es que, como decía mi abuelo, un tonto hace ciento, si le dan lugar y tiempo.