el cazurro ilustrado

26 marzo 2010

Tras-tornados.

Si hacemos caso al DSM IV y realizamos, además, una sistemática observación de los comportamientos humanos, veremos que los trastornos suceden mu­cho más a menudo de lo que un observador superficial pudiera creer. Si somos rigurosos, tal vez tengamos que concluir que no hay ser humano en sus cabales. No hay persona en cuyos comportamientos la necedad no predomine a veces so­bre la razón. No se halla­rá nadie sin tiranas ideas huecas, que lo obligan a esperar o temer más de lo que permiten los límites de la sensata probabilidad. Esas ideas huecas predominando sobre la razón son un indicio de trastorno, pero mientras las po­damos controlar, no son visibles a los demás ni se las consideran perversiones de las facultades mentales; no se declara la locura sino cuando se hacen ingobernables y afectan ostensiblemente al lenguaje o a las conductas.

Dar rienda suelta a las ficciones y poner alas a la imagina­ción es a menudo la diversión que nos hace disfrutar de la especulación silenciosa. Cuando no tenemos algo que hacer; la tarea de discurrir es demasiado costosa para que dure mucho tiempo y entonces aparece el ocio o la saturación. Cuando en el exterior no hay nada que nos divierta y entretenga, encontramos placer en nuestros propios pensamientos y nos imagina­mos a nosotros mismos como no somos, porque pocos están contentos con lo que son. Nos explayamos en un futuro sin límites y entresacamos de to­das las situaciones imaginables aquellas que más desearíamos en ese momento, entretenemos nuestros deseos con gozos imposibles y nos otorgamos un poder inalcanzable. Las ideas danzan de un escenario a otro, mez­clamos todos los placeres en toda clase de combinaciones y nos desmandamos con deleites que la naturaleza y/o la fortuna no pueden darnos.

Así pues, entre la esperanza y el temor es mejor regalarnos el manjar de la exquisita falsedad cada vez que la amargura de la verdad nos ofende y, como decía Plinio: "No hay mortal que sea cuerdo a todas horas."