el cazurro ilustrado

12 diciembre 2008

Evaluación de la (mi) inteligencia.


La primera (y la última) vez que se evaluó mi inteligencia oficialmente lo hizo mi abuelo Artemio cuando yo tenía siete años ; extra oficialmente y en privado es probable que lo hayan hecho muchas veces, concluyendo los evaluadores alguna de las categorías diagnósticas más usuales: tarado, imbécil, idiota, tonto..., pero la que realizó mi abuelo se basó en la observación sistemática de mis respuestas ante determinados eventos del entorno . Algunas de estas respuestas habían sido entrenadas en situaciones similares y otras se daban en circunstancias absolutamente novedosas, ante las cuales yo tenía que aplicar todas mis experiencias anteriores y a partir de ellas responder y esperar a que los resultados fueran eficaces, siempre bajo la mirada atenta y cuidadosa del abuelo.
Ningún test o prueba estandarizada utilizó para la medida de mis capacidades intelectuales que tanto gusta ahora llamar “ habilidades cognitivas”. Se sirvió de una observación precisa y de procedimientos experimentales, tales como ir variando los estímulos ante los que debía responder o exponerme ante las mismas estimulaciones y exigir que diera diferentes respuestas que fueran útiles.
Una tarde de invierno, se reunieron los vecinos en su cocina para pasar las horas, mientras arreglaban el mundo. Yo seguía atentamente las palabras y los gestos de mi abuelo. En un momento indeterminado, me miró y movió la cabeza lateralmente. Fue el estímulo ante el que respondí con rapidez. Me levanté, fui a la bodega y en breve tiempo estaba en la cocina con la bota de vino en la mano, ofreciéndosela a todos los invitados para que echaran un reconfortante trago de vino.
Fue entonces cuando mi abuelo hizo públicas sus conclusiones: “ pero que nieto más listo tengo”. Yo no me lo creí del todo, pero tengo presente que las únicas verdades son aquellas mentiras que nos ayudan a vivir y además, el que no se consuela es porque no quiere.

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