el cazurro ilustrado

15 noviembre 2005

El sentido de la vida


Schopenhauer: La vida de cada individuo, si se considera en su conjunto y en general, sin fijarse más que en los rasgos principales, es siempre un espectáculo trágico, pero vista en sus detalles se convierte en un sainete, pues las vicisitudes y tormentas diarias, las molestias incesantes, los deseos y temores de la semana, las contrariedades de cada hora, son verdaderos pasos de comedia. Pero lo que constituye una verdadera tragedia son las decepciones, las ilusiones que la suerte pisotea cruelmente, nuestros errores y el dolor creciente, cuyo desenlace es la muerte. De este modo, como si el destino hubiera querido añadir a la desolación de nuestra existencia el sarcasmo, nuestra vida encierra todos los dolores de la tragedia, arrebatándonos la dignidad de los personajes trágicos. Por el contrario, en los detalles de la vida nos convertimos todos en caracteres cómicos.


Marino Pérez: La vida no tiene otro sentido que la muerte, la muerte es lo que d a sentido a la vida. Entre medias, lo que hay es un drama, con más o menos comedia, pero con un final trágico (aunque a menudo la cultura se encargue de quitarle ese sentido con todo tipo de apaños.
Habría que hablar de la contínua conformación de la vida y, así, de cómo la vida son formas, formas prácticas de organización del vivir, tan contingentes como necesarios. Contingentes puesto que podrían ser de otra manera, pero necesarios entre tanto que tienen que ser de alguna manera, lo que iría conjugando contingencia-y-necesidad.

Gustavo Bueno: La vida tiene múltiples sentidos y múltiples pseudosentidos ( los que le atribuyen los fanáticos, los iluminados, los profetas y los salvadores de la humanidad. Debemos alegrarnos de que la vida no tenga un sentido predeterminado, pues si lo tuviera tendríamos que considerarnos como una saeta lanzada por manos ajenas, es decir, tendríamos que tener de nosotros mismos una visión que es incompatible con nuestra libertad. Y esto debería servirnos también de regla para juzgar el alcance y la peligrosidad de esos profeta y visionarios que nos “revelan”, nada menos, que el sentido de nuestra vida, como si ellos pudieran saberlo.
Solo podemos considerarlos como fanáticos, como impostores o simplemente como estúpidos, aunque no sea más que por buscar el apoyo de su propia personalidad en la estupidez de quienes creen en ellos.