el cazurro ilustrado

09 noviembre 2005

Sobre la salud


¿Qué le falta al que salud no le falta? ¿Qué tiene el que salud no tiene?. Con salud se puede realizar cualquier trabajo, pero con enfermedad nadie tiene placer verdadero: es imposible que se ría el corazón, si el cuerpo se queja. ¿De que sirve a nadie tener buena cama, si no puede coger el sueño en ella? ¿De que sirve tener vino añejo bueno, si le mandan beber agua ? ¿Qué gusto saca nadie en tener mucho dinero, si gasta casi todo en médicos y farmacéuticos.
Séneca decía: Es tan gran cosa la salud, que por guardarla y conservarla no sólo habíamos de velar, mas aun nos desvelar: mas ay dolor, que nunca la salud es conocida, hasta que del todo es perdida
Plinio decía: La manera que nos conviene vivir en este mundo, nunca yo lo leí en ningún libro, como nos lo enseña el hombre que está enfermo: porque al enfermo ni le levanta soberbia, ni le combate lujuria, ni le derrueca avaricia, ni le molesta envidia, ni le altera ira, ni le sojuzga gula, ni le descuida pereza, ni aun se desvela por la honra. Ojalá Sabato amigo cayese sobre mí tan buen hado y fortuna, que fuese yo tal y tan bueno, cual juré y prometí en el tiempo que estaba malo: mas ay dolor, que cuanto en la enfermedad prometo, luego en estando sano lo olvido. De mí te digo y juro, que en los días que estoy malo ni me acuerdo de afección ni de pasión, ni de amistad ni de enemistad, de riqueza ni de pobreza, ni de honra ni de infamia: sino que por ahorrar de un dolor de cabeza, daría todo cuanto hay en mi casa.
Cicerón decía: Muy gran bien sería amigo Ático, si pudiesen los hombres vivir sin comer, y sin beber, mas mucho mejor les sería, si pudiesen pasar sin se enojar: porque los manjares que comemos no corrompen más de los humores, mas los traidores de los enojos consúmennos hasta los huesos. Los huesos consumen, y las entrañas abrasan, los enojos que nos dan, y los sobresaltos que nos vienen: lo cual parece claro, en que de sólo un enojo, o desacato, viene un hombre a enfermar, y de enfermar para después en morir. Créeme Ático y no dudes, que a solas las bestias, y a solos los hombres bestiales mata el mucho comer, y el desordenado beber: porque los hombres que son sabios y discretos jamás mueren sino de enojos. ¿Y tú no sabes ya por experiencia, que de dos verdugos que justician la vida humana, es muy más cruel verdugo el de la tristeza, que no el de la gula? Si quieres ver cómo esto es verdad, mira con atención, en cómo los hombres que son bobos y tontos, y locos, y necios viven siempre muy más recios y sanos que todos los otros: y la causa de esto es, porque un bobo, o un necio, ni se fatiga por tener honra, ni siente qué cosa es afrenta. No es así por cierto de los hombres que son cuerdos, y sabios, y discretos: los cuales se entristecen, y aun se amortecen, no sólo de lo que de ellos dicen, mas de lo que otros sospechan: porque todo hombre que es generoso y vergonzoso, mucho más siente que piensen de él algún mal, que el hacerle mal. De mí te digo y confieso, que la enfermedad grande que tuve antaño, y aún me dura hasta ogaño, no fue de las frutas que comí en Capúa, sino de un solemne enojo que me dieron entonces en Roma: el cual yo recibí por no defender cosas de mi casa, sino por tornar por la triste república.