UNO DE MAYO: SAN FROILÁN.
Mientras en todo el mundo se celebra este primero de mayo el
día internacional del trabajo con multitudinarias manifestaciones plagadas de
banderas sindicales y hasta republicanas; mientras a las tribunas suben
representantes de los obreros para reivindicar mejores condiciones laborales;
mientras los medios de comunicación se hacen eco de las diversas declaraciones
de los políticos, los vecinos de Valdepiélago y otros pueblos de alrededor
llevan en sus hombros a San Froilán hasta Nocedo; lo dejan en la iglesia y se
encaminan hasta Valdorria, donde, según cuenta la leyenda, en el siglo IX vino
parar este santo en busca de tranquilidad y línea directa con Dios. Primero se
puso a construir una ermita en lo alto de un risco para lo que tuvo que
esculpir trescientos sesenta y cinco escalones en la roca. Atareado y
ensimismado en sus quehaceres, vino un lobo y le devoró el burro que le ayudaba
a acarrear el material de construcción. Ya con algún poder sobrenatural,
Froilán cargó al lobo con las funciones del asno devorado y, sin hacer caso de
las demandas laborales del animal, le hizo trabajar hasta que terminó el
pequeño santuario.
Con profunda fe en el
Santo, dos romeros hicieron la promesa
de caminar hasta Valdorria con garbanzos metidos en los zapatos en acción de
gracias por un favor concedido. Iba uno ligero y alegre y el otro lento y
compungido. Preguntado el primero el por qué de la ausencia de dolor en los
pies, respondió que había colocado los garbanzos cocidos dentro del calzado. Como
se puede comprobar, en la montaña, al
margen de sindicatos, políticas, promesas y favores divinos, cada cual, por la
cuenta que le tiene, hace lo que puede para evitar las contingencias aversivas
de la vida y, a la vez, cumplir con sus compromisos aunque para ello tenga que
requebrar las voluntades celestiales o mundanas.