La mujer pública.
Nuestra profesión sufre la concurrencia de las
mujeres legítimas. La principal diferencia entre estas profesiones consiste en
que nuestras concurrentes trafican al por mayor y nosotras al menudeo. Nosotras
vendemos nuestra mercancía a todo el mundo; ellas la suministran a un
contratista vitalicio, aunque sea tan repugnante siempre como nos lo parezca
breve rato alguno de nuestros clientes.
Dicen que su mercancía es mejor que la nuestra;
puede dudarse de ello al ver el número considerable de casados que vienen a
pedirnos lo que probablemente su legítima no ha podido suministrarle.
En general, las aspirantes al matrimonio tienen en
tan poca estimación su propio valor, que en lugar de hacerse pagar lisa y
llanamente como nosotras, se ven obligadas a presentar un dote, es decir, una
cantidad para darse de balde y con dinero encima. Su valor es, pues, negativo,
menor que nada.”
Paul
Robin: “La mujer pública” 1908.