Misa de San Secario.
«También los campesinos gascones creen que para vengarse las malas personas de
sus enemigos inducirán en ocasiones a un sacerdote a decir una misa llamada de
San Secario. Son muy pocos los sacerdotes que conocen esta misa y las tres
cuartas partes de los que la saben no la dirán ni por amor ni por dinero.
Nadie, sino un sacerdote perverso, se atreverá a ejecutar la ceremonia horrenda
y puede estarse muy seguro que tendrá que rendir una cuenta muy pesada en el
día del juicio. Ningún cura ni obispo, ni siquiera el arzobispo de Auch puede
perdonarle: este derecho sólo pertenece al papa de Roma. La misa de San Secario
sólo puede decirse en una iglesia en ruinas o abandonada, donde los búhos
dormitan y ululan, donde los murciélagos se mueven y revolotean en el
crepúsculo, donde los gitanos acampan por la noche y donde los sapos se
agazapan bajo el altar profanado. Allí llega por la noche el mal sacerdote con
su barragana y a la primera campanada de las once comienza a farfullar la misa
al revés, desde el final hasta el principio y termina exactamente cuando los
relojes están tocando la medianoche. Su concubina hace de monaguillo. La hostia
que bendice es negra y tiene tres puntas; no consagra vino y en su lugar bebe
el agua de un pozo en el que se haya ahogado un recién nacido sin cristianar.
Hace el signo de la cruz pero sobre la tierra y con el pie izquierdo. Y hace
otras muchas cosas que ningún buen cristiano podría mirar sin quedar ciego,
sordo y mudo para el resto de su vida. Mas el hombre por quien se dice la misa
se va debilitando poco a poco y nadie puede saber por qué le sucede esto; los
mismos doctores no pueden hacer nada por él ni comprenderlo. No saben que se
está muriendo lentamente por la misa de San Secario.»
Frazer, La rama dorada
Cap. IV: «Magia y Religión».