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Escribió Diego de Torres
Villarroel del gremio y claustro de la
Universidad de Salamanca, catedrático de prima de matemáticas, en el año 1794
”No es más sabio el Médico rico, ni mejor el
que solo asiste a los poderosos: éstos venden la caridad y el estudio, y no
visitan al enfermo sino al salario: su cuidado llega hasta los talegos, y su
lástima a la pequeñez de la enfermedad, porque sus bienes se aumentan con la
rebelde duración de los males. Desean los dolientes largos, gordos,
aprehensivos, comilones, ignorantes, y engañados de la presunción médica, y
asidos demasiado a los deleites, que en estos entra chupando sin peligro de ser
conocida su maldad: la adulación , el falso consuelo, la palabra equívoca, el
gesto engañoso, el emplasto inútil, la untura sin provecho, el agua tibia y el jeringazo
embaucador, y así se burlan de su hacienda, de su mal, de su inocencia y su
locura.”