DÍA DE LA MADRE.
“Lucina” era la diosa a quien se encomendaban las mujeres
romanas para tener un buen parto y convertirse así en madres. Una mujer acudió a su templo durante el embarazo y
con gran devoción rogó a la diosa un feliz parto, pero al tiempo de parir las
complicaciones obstétricas acabaron con su vida. Sus familiares prendieron
fuego al templo, porque los romanos se encomendaban a los dioses en caso de
necesidad y si ellos no los socorrían, les derribaban los templos y cambiaban
sus devociones a otros dioses. Si el parto
tiene lugar, múltiples cuidados y
preocupaciones torturan el corazón de una madre: vigilancia para su adecuado
desarrollo, afán para su correcta educación, disgusto ante comportamientos
disfuncionales, congojas para darles todo lo mejor e inmenso dolor si sufre o
muere alguno. Quizás por esto la palabra madre se usa para magnificar a cualquier
otra: “la madre naturaleza”, “ la madre tierra”, “ la madre de todas las
batallas”, “ la madre patria”, “la madre iglesia”, “ la madre coraje” y hasta
“la madre del cordero”. Pero, puestos a elegir madre, existe una que posee
todas las supremas virtudes y por la que, como los romanos, quemaríamos los
templos con sus dioses dentro sin con ello consiguiéramos tenerla siempre con
nosotros: es aquélla de quien es hijo o hija el que está leyendo esto ahora.