el cazurro ilustrado

30 abril 2025

 


HASTA SIEMPRE, LEONCIO (PONCHO).

El domingo pasado murió Leoncio Álvarez (Poncho). Había nacido en La Puerta, uno de los pueblos que anegó el pantano de Riaño. Luchador incansable a favor del mundo rural y contra el caciquismo imperante en aquellos años, fundó  en 1971 la Escuela de Formación Profesional Agraria en Gradefes,  donde llevó a cabo una de  las experiencias educativas más interesantes y  necesarias en el mundo rural, que llegó a ser “el mejor centro educativo provincial”.  Se opuso  con todas sus fuerzas al pantano y creyó en las  promesas de los progresistas, que hablaban de  “ goma 2” para Riaño, pero cuando llegaron al poder  se olvidaron de la  demolición de la presa y cerraron las compuertas para inundar todo el valle.  También creyó en la decencia intelectual de los  decían defender la educación del campesinado  y el mundo rural y cuando  llegaron al poder, cerraron  lo que había sido una esperanza entre tanto abandono, desconfianza y pesimismo. Fue entonces  cuando le conocí, cuando me invitó a las  últimas  jornadas sobre educación en el mundo rural,  que organizó  su colegio rural. Allí conocí a  Luisa, su mujer y a sus  más cercanos colaboradores, Nino y Doralina.  A partir de ese momento estuvimos en contacto continuo. Es hora de aclarar  que le acusaron injustamente de provocar “la guerra de los crucifijos”. Lo que  ocurrió en realidad es que Leoncio puso una queja ante los servicios de  inspección por las prácticas  antipedagógicas de algún profesor  de sus hijos,  escolarizados en el C. P.  de Gradefes. Llegó  el  inspector  y se  encontró que no se habían retirado de las  paredes los crucifijos, tal y como exigía la  normativa aprobada  por el  gobierno de Felipe  González y fue el inspector el que puso la denuncia  contra  el colegio. Al estallar  esa guerra, la administración,  echando  balones  fuera y faltando a  la verdad,  dijo que  había sido Leoncio, Desviando así la atención sobre lo que, en realidad , pedía y que no era más que la mejora de  las prácticas educativas  en el colegio de sus hijos. Cerrado y demolido el colegio rural, se   fue a Asturias  como profesor en los programas de garantía social  (que hoy  llamamos FP básica) y fue un referente de  la inclusión  de la ayuda  a los más  débiles  y necesitados.

Una vez jubilado, se retiró  a Villadefrades, pudiendo mantener un contacto  estrecho con Eutimio Martino, jesuita  y el mejor conocedor de las guerras que los  habitantes de   la montaña de Riaño, los cántabros y astures,  mantuvieron contra los romanos. Cada conversación que tenía  con Eutimio,  me la contaba por teléfono. En esas conversaciones concluía que, cansado ya de barrer el mundo, era hora de barrer la propia casa.  Y así,  despacio y  casi en el anonimato,  se fue uno de los grandes,  a los que el mundo rural  debe gran parte de sus progresos.

 Hasta siempre Leoncio y mi  más sentido pésame a Luisa, Delia y “Poncho”