el cazurro ilustrado

20 noviembre 2013

Día internacional de la infancia.


Estimad@ niñ@ que te ha tocado vivir en esta sociedad posmoderna, te conviene saber que a pesar de los avances en las ideas, el “pesimismo metodológico” propio de la tradición judeo-cristiana y musulmana también (inquisición, guerras santas, cruzadas, cilios, penitencias, exorcismos, excomuniones y hogueras) va a estar presente en muchas de las actuaciones de los adultos que se encargan de tu educación. El propio Freud te describió como “perverso polimorfo” y aún hoy hay seguidores y hasta defensores acérrimos de sus ideas.
Nadie te lo dirá, pero puede ocurrir que tengas un padre sometido al castigo de unas circunstancias laborales adversas, una madre que arrastra las mismas circunstancias a las que se añaden permanentemente y por doquier su autoimagen negativa, sus ideas de inferioridad o unas relaciones de pareja en continuas desavenencias y conflictos, en discusiones y envenenamientos; lo cotidiano en estas familias será lo aversivo, por mucho que se empeñen en dibujar imágenes idílicas . En tal situación o en tal estado cualquier comportamiento anormal o irregular que muestres puede desencadenar en ellos una tempestad emocional; esta zozobra puede elicitar la agresión y el castigo, por mucho que se legisle en su contra. Arrepentirse de inmediato, comprobar que la reacción ha sido desproporcionada, nada resolverá ; provocará sentimientos de culpa, que no es otra cosa que echar más leña al fuego, se tratará de más emoción, de más imprevisibilidad, de más susceptibilidad para responder al menor toque.
Tu comportamiento infantil puede considerarse como espejo del entorno socioeducativo en el que vives, por mucho que se empeñen en acusar a los genes, a los instintos o a constructos como la personalidad, el temperamento... .
Has de saber, estimado niño, que todo ser humano, por perverso que sea, por anormalmente que se comporte, con toda seguridad cuenta en su actuación cotidiana, en su conducirse habitual, con muchos más actos considerados como positivos, correctos o adaptados que con conductas calificadas de incorrectas anómalas o negativas. El mero hecho de vivir y desarrollarse entre seres humanos conlleva el aprendizaje de múltiples comportamientos de todo orden que forma parte de lo establecido por la comunidad en cuestión.
Pero has de saber, estimado niño, que como es lo “natural”, se juzgará como si de algo congénito se tratara. Se atenderá sistemáticamente a lo “anómalo” de tu comportamiento y la ocupación básica se centrará en suprimir, eliminar el “ mal comportamiento” y los comportamientos correctos pasarán a un segundo o tercer término y serán aciagamente relegados e ignorados.
Tienes que saber, estimado niño, que cuando te conduzcas satisfactoriamente no harás sino cumplir con tu obligación, con tu deber. Tus “ buenos comportamientos”, tus conductas “normales” ni se apreciarán , ni se les dará importancia, ni se les otorgará mérito. Sólo interesarán si están ausentes. Los efectos que te lloverán por esta actitud de los adultos serán el incremento de la ansiedad, la desorganización del comportamiento, el empeoramiento de tu autoimagen y la probabilidad de recibir castigo, desaprobación o estimulación aversiva. Esto llevará a los adultos a no experimentar gratificación alguna a través de la relación establecida contigo ; sólo van a contar con la mísera satisfacción o consuelo de la supresión a corto plazo de algún comportamiento problemático. Ni siquiera se congratulará consigo mismo por esos aspectos positivos que posee tu comportamiento y que bien pudieran ser fruto de su personal actuación.
Has de saber, estimado niño, que el énfasis reiterado sobre lo que se hace mal y sobre la prohibición tendrá consecuencias claramente frenadoras sobre tu desarrollo , pero ha de saber tu educador, padre o maestro que tus conductas adaptadas, satisfactorias, precisan del reforzamiento para mantenerse y evolucionar positivamente, a pesar de las ideas simplistas, maniqueas, parciales, reduccionistas e interesadas que abundan en el mercado educativo.
Has de saber, estimado niño, que tu estabilidad emocional futura como adulto, no depende de que carezcas de experiencias aversivas en tu infancia, sino más bien de que si las tengas aunque, claro está, dentro de unos límites, esporádicas, previsibles y puntuales, por mucho que se empeñen en hacerte creer que en la vida todo es de color de rosa .
Y, Por último, en este día universal de la infancia, has de saber que hacer lo que se debe hacer y dejar de hacer lo que es preciso dejar de hacer, conlleva casi siempre desasosiego, dolor y esfuerzo; por mucho que se empeñen en hacerte creer que en esta vida todo es posible, tendrás que aprender que muy pocas cosas son probables.

01 noviembre 2013

Enterrar a los muertos.

Estas fechas  me recuerdan lo que Herodoto, San Jerónimo y otros ilustres narradores de la vida y costumbres de los diferentes pueblos de la antigüedad, contaron de  las diversas maneras que hubo de enterrar a los muertos las cuales, además de curiosas, no dejan de estar en el origen de los distintos modos de inhumar cadáveres que existen en la actualidad.
Cuentan que los Salaminos enterraban a sus muertos de espaldas a los agarenos, que eran sus mortales enemigos; de manera que la enemistad que había entre ellos, no sólo duraba toda la vida, sino que se mostraba hasta en la sepultura. 
Los Masagetas, cuando moría un hombre o una mujer, le sacaban toda la sangre de las venas y, juntos todos sus parientes, bebían la sangre y después enterraban el cuerpo. 
Los Hircanos lavaban los cuerpos de los muertos con vino, los untaban con aceite oloroso, después que los parientes habían llorado y enterrado los cuerpos de los muertos, guardaban aquel aceite para comer y aquel vino para beber.
 Los Caspios, acabando de espirar el difunto, le echaban al fuego, cogían las cenizas de los huesos en un vaso y las bebían después poco a poco en el vino, de manera que las entrañas de los vivos eran los sepulcros de los muertos.
Los Escitas tenían la costumbre de no enterrar a ningún hombre muerto sin enterrar con él otro hombre vivo, y si no había nadie que por propia voluntad quisiera enterrarse con el muerto, compraban un esclavo y le enterraban a la fuerza con el muerto. 
Los Batros curaban al humo todos los cuerpos, como se curan las cecinas en la montaña, durante ese año, en lugar de cecina, echaban un pedazo del cuerpo del muerto en el pote.  
Los Tiberinos criaban unos perros muy feroces, los cuales, acabando el muerto de espirar, le despedazaban y comían; de manera que los estómagos de los perros eran donde los tiberinos enterraban a sus difuntos. 
Los Nasamones enterraban a los cadáveres sentados, cuando observaban que el enfermo iba a morir, lo sentaban en la cama, para que espirara en esa posición y no boca arriba. 
Los Eslavones hacían en las ceremonias funerarias un festín religioso llamado Trizna, tan espléndido como era posible. La misma costumbre tenían en Rusia, donde apenas no se hacía un entierro sin que se sirviera a los asistentes toda clase de licores que tomaban alrededor del cadáver. Los hebreos enterraban a sus muertos en sus campos o viñas, y ponían encima una gran losa de piedra labrada. Generalmente los antiguos se enterraron dentro de sus casas, o en medio de sus tierras, así donde había un montículo de tierra y piedras era señal de que alguien estaba enterrado. 
Después de Constantino el grande, se introdujo la costumbre de enterrar a los muertos en las iglesias, que se abandonó por ser una fuente infecciosa y se hicieron los cementerios tal y como los conocemos hoy.